Paco Díaz está preparando
su cueva de la calle Doña Crisanta para que pueda ser visitada por el público.
La única condición será pedir la cita con antelación y este conocido agricultor
tomellosero la mostrará con todo el
gusto del mundo. Es una gran cueva que tiene su origen en los padres de sus
abuelos y tendrá más de cien años, de finales del XIX. “Se trata de que la
gente conozca el proceso desde que la uva entraba a la casa hasta que salía el
vino elaborado, pasando por el jaraíz, el lagar, los trujales, la fermentación
en las tinajas, ver la utilidad de algunos instrumentos como los remecedores
que se utilizaban para meter aire en la tinaja y ayudar a que el vino
fermentase mejor y no se produjeran enfermedades”. La idea no puede ser mejor.
Se trata de una joya arquitectónica de finales del XIX que su propietario ha
sabido conservar muy bien, cuidándose mucho de que las reformas no alteren la
esencia de esta cueva de una gran familia de agricultores.
Entramos a la cueva por
el jaraíz donde vemos dos grandes prensas y una destrozadora. La escalera tiene
los peldaños de cemento y sus paredes están encaladas, más o menos por la
mitad, hay un acceso que nos lleva al empotrado, pero preferimos seguir
bajando. Las paredes son de tierra, si bien algunas partes han sido reforzadas
con cemento. En ellas aparecen fotografías enmarcadas de antiguas cuadrillas de
vendimia, de bodegueros en plena faena, de algunas alegorías del vino y también
cuadros de pintura.
Los dos periodistas
vuelven a contar con la socorrida compañía de nuestro experto, José María Díaz,
la arquitecta Ana Palacios y, por supuesto el propietario, Paco Díaz, que
responde solícito a todo lo que le vamos preguntando. Abajo del todo nos
impresiona la vista general de una cueva que contiene 28 tinajas de ochocientas
arrobas de capacidad, es decir, muy grandes, aunque en la ciudad se han llegado
a construir tinajas de hasta mil quinientas arrobas. Entre las tinajas,
aparecen los llamados rabos que era un elemento decorativo muy bien logrado. La cueva es honda de algo más de diez metros,
el balaustre de cemento está perfectamente conservado y el techo aparece en la
pura tosca en su color natural de tierra, con zonas negras de humo, vestigio
indiscutible de las lumbres que se prendían. Vemos también las lumbreras que están con la
tapa bajada. La bóveda es ancha, muy plana, con curvas de unos sesenta
centímetros en los extremos.
En medio de las
gigantescas tinajas de cemento aparece una de barro, mucho más pequeña, que tal
y como explica Paco Díaz, “era la del gasto de la casa y también el que se daba
a los peones cuando se iban de semana. Ellos ponían el ato de la comida, pero
el vino se lo tenía que poner. Así estaba estipulado”. El suelo, de cemento, es
más alto en su parte central y hay varios pocillos, muy bien redondeados. Antes de las tinajas de cemento, la cueva
albergó las tinajas de barro que se construían en la vecina localidad de
Villarrobledo.
No tarda José María en
revelarnos alguno de sus hallazgos. “Las tinajas están hechas en dos veces”, -dice-,
y le preguntamos la razón. “Unas tienen tapón y otras no. En las que no lo
tenían el vino ya se sacaba con las bombas ”. Precisamente, una bomba aparece
al final del pasillo de las tinajas. La giramos y el mecanismo emite un pequeño
chirrido. Paco Díaz nos enseña un sifón,
una especie de filtro, que impedía que
las madres o cualquier impureza se colasen dentro del vino que se vendía. Nos muestra también varias damajuanas, muy
barrigudas y de boca estrecha, donde también se almacenaba vino.
Volvemos a subir por la
cueva y, ahora sí, subimos a la parte alta de la cueva donde nos llama la
atención otro curioso elemento; dos preciosos puentes que permiten cruzar de
fila a fila de las tinajas. Indica el propietario que las tinajas están sin
tapas. “Las de aquí eran de goma y se necesitaba mucha fuerza para colocarlas”. Así surge la conversación sobre la evolución
de las tapas de las tinajas que fueron de madera, de anea, de goma y más
recientemente de plástico “que era un material mucho más barato”, apostilla
José María que también nos pide que nos
fijemos en las covanchas y en un hueco que comunicaba esta cueva con otra.
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