El tiempo parece haberse detenido en la cueva de Vicente Blanco, otra maravilla del subsuelo tomellosero construida en torno al 1850, en los tiempos de aquella incipiente viticultura que aceleraría el desarrollo económico de la ciudad. Antes de bajar a las profundidades de la cueva, el propietario nos enseña ya algunos vestigios de las tradiciones de la ciudad: un pila de piedra, el brocal de un pozo, labrado también en piedra y una colección de antiguas orzas, a cual más bonita.
El propietario, que trabajó 47 años en Vinumar y conoce muy bien el mundo del vino, nos explica que la entrada de la cueva no es la original. Y rápidamente nos muestra donde estaba ubicada la entrada primitiva que daba a un corral. Las paredes de la escalera, de piedra y tierra, están encaladas y, antes de doblar a la izquierda, en el techo aparece un arco de medio punto. Los peldaños están en tierra y algunos de ellos aparecen algo deteriorados por los estragos del tiempo. El tramo final de escalera tiene una baranda formada con listones de madera. En cualquier caso, hablamos de una cueva antigua que está muy bien conservada, favorecida también por la luz blanca de unos focos.
Pisando ya el suelo de tierra de la cueva, descubrimos elementos que confirman su antigüedad, empezando por el tamaño de sus ocho tinajas de barro, de 120 arrobas de capacidad y la canaleta que se eleva por encima de los bocas y que era por donde se repartía el mosto. La cueva perteneció a una casa que se dividió y esa partición también afectó a la cueva. Un muro de piedra y barro separa la cueva de Vicente de la de Tomás Coronado. Mide casi 16 metros de largo, cinco de ancho y tres metros de altura del suelo al techo de tosca que aumentan otros 2,30 metros a la calle, es decir, que la cueva, como la mayoría de las primeras que se hicieron en Tomelloso, eran menos profundas que las que se construyeron después.
El propietario ha ido agrupando los escombros en el lado contrario al muro y ese ambiente de colores terrosos, el techo en la pura tosca, la canaleta, la pequeña tinaja del gasto, los restos de los golpes de pico y otros curiosos elementos presentan la cueva en su pura esencia, conservándose tal y como cuando se elaboraba vino en ella. La construcción está reforzada con un pilar cuadrado de hormigón de 85 centímetros dado.
La cueva está comunicada con un pozo. Las lumbreras cayeron en el lado de la cueva del vecino y Vicente decidió hacer una para que la cueva pudiera respirar. Y no faltan aperos como las tomizas con los que se ataban las mies, restos de serillas y una curiosa colección de botellas de brandy, con esas famosas marcas que siempre se nutrieron de la materia prima de las grandes alcoholeras de Tomelloso. El propietario también conserva los antiguos ladrillos de adobe de la casa
En una de las tinajas aparece el nombre del constructor, que como la gran mayoría, era de Villarrobledo. Al hilo de esto, José María, el experto tinajero que nos acompaña, cuenta que “una vez visité a uno de estos constructores de tinajas en Villarrobledo y me dijo en tono jocoso que yo era el que les había fastidiado el negocio”. Es la pincelada de humor para poner fin a una cueva que va camino de los doscientos años de historia y que nos ha encantado.
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