Nos reciben Flor, Pablo y Rosario y después llegará Jesús. De los cinco hermanos solo falta Inmaculada que está trabajando en Ciudad Real. En un día en el que los termómetros marcarán los cuarenta grados agradecemos nuestro descenso por la escalera de la cueva, divina por su largura, casi recta, en impecable estado de conservación. Los peldaños están pintados en gris y las paredes encaladas. Más o menos por la mitad hay una fresquera donde se mantuvieron a las mil maravillas las berenjenas, los tomates en sal y otros alimentos que la familia consumía. 

Cuando tocamos fondo nos sorprende encontrarnos tinajas de muy diferentes y tamaños; las hay de barro, con capacidad de 350 arrobas; de cemento, de 550 arrobas y otras de barro más pequeñas, de las primeras que utilizaban los vinateros, dato inequívoco de la antigüedad de la casa. “El abuelo Pablo Cañas la adquirió en 1935, -explica Pablo-, pero no recordamos el nombre de los antiguos propietarios. Nuestra familia lleva habitando ya en ella cerca de un siglo. En esta cueva se estuvo elaborando vino hasta el año 1973 ya que mi padre Benito Cañas se hizo socio de la cooperativa en abril del 74”.

Flor y Rosario tienen bien presente el recuerdo del exquisito sabor del mosto que bebían cuando llegaban del colegio, “el de la uva recién pisada estaba riquísimo, un producto cien por cien natural, que no necesitaba ningún tipo de añadido para conservar bien todas sus propiedades”. La cueva tiene varios pozos, una cueva en estilo rústico que no tiene la balaustradas que se empezaron a construir después. El suelo, de tierra compactada, se ha pintado. Algunas de las tinajas están sobre un poyo. Miramos también hacia arriba y vemos tres imponentes lumbreras con desgarre trapezoidal y el techo que está en la tosca con algunos desprendimientos de zonas de tierra. La profundidad de la cueva no llega a los cinco metros.  La luz que entra por las lumbreras provoca esos claro-oscuros que le dan cierto componente mágico.

Siempre puntilloso con el dato, nos cuenta José María que esta zona de Tomelloso es de las que menos grosor de tosca tiene, poco más de un metro, cuando hay zonas que tienen hasta tres metros y medio de tosca, el duro material que daba seguridad constructiva a las cuevas. La estructura de la cueva ha sido reforzada con cinco pilares porque las obras que se realizaron en la calle provocaron un derrumbamiento. “Fue un susto tremendo, aquello parecía un terremoto”, recuerda Rosario.

Uno de los elementos más singulares de esta cueva es que tiene el jaraíz abajo, algo que no suele ser frecuente. Los propietarios nos cuentan que antes estaba lleno de aperos, pero poco a poco fueron desapareciendo, vemos una prensa, un capacho, unas tijeras de podar y alguno más aunque en una visita que haremos después a otras dependencias de la casa veremos muchos más como un ventilador con las aspas de madera con el que se combatía el peligroso tufo.  Ana y José María se percatan de la existencia de un hueco que resulta ser una antigua escalera.

Vamos viendo la cueva en medio de una agradable conversación. Hablamos del encanto de unas construcciones que “no han sido valoradas en su justa medida”, del esfuerzo inmenso que supuso su construcción para picadores y terreras, de la inteligencia natural de los hombres del campo que siempre encontraban una solución para cada problema que surgía, del maravilloso bombo que tenía la familia, el mayor de Tomelloso, en las cercanías de la población, próximo al camino real. “Fue un dolor que lo tiraran porque era precioso y amplio”, lamenta Rosario.

Suena el disparador de la cámara de Ana Palacios que nos invita a que posemos junto a los propietarios de la cueva. Preguntan éstos por el número de cuevas que existen en Tomelloso, que comparado con las más de dos mil que existieron se ha reducido considerablemente, “aunque todavía nos quedan muchas que ver”, apostilla José María. En un sotanillo aparece una pequeña colección de aperos para la siega; una horca, un rastro de era y la pala de aventar. Jesús, otro de los hermanos, que se han incorporado al recorrido nos enseña un autentico tesoro: una holanda original de la bodega de los Casajuana.

Nos ha encantado la cueva, pero antes de marcharnos los anfitriones nos proponen subir a la cámara donde conservan numerosos utensilios relacionados con la agricultura y la vida doméstica que despiertan toda nuestra admiración. La arquitecta admira el techo con su estructura de madera y cañizo que ha resistido el paso del tiempo sin apenas desperfectos. Y seguimos tirando del hilo de la conversación hablando de Tomelloso, de su histórica reivindicación del ferrocarril Al final nos detenemos en una antigua fotografía en la que aparecen el bisabuelo Benito Cañas, la bisabuela María y el abuelo Pablo Cañas.  Rostros del pasado que ya enseñaban en sus facciones los rasgos de nobleza y buena gente que siempre ha distinguido a esta familia.