“La grande y tristísima peripecia del hombre es darse cuenta que es acabadero. Ya que lo primero que describió con su inteligencia no fue la rueda, la llama o el vestido, sino su fin sin remedio. El animal ignora lo que es y que va a ser. El humano lo sabe y por eso su vida es un puñado de agonías…”
“Las hermanas coloradas” FRANCISCO GARCÍA PAVÓN
Desde
tiempo inmemorial, padecimientos tan particulares como el mal de ojo (o aojo),
herpes, asiento o, incluso, distensiones musculares o luxaciones de los huesos
son las afecciones más frecuentes que los “curanderos” afirman sanar con
diferentes métodos que no se corresponden con los de la medicina al uso y, por
lo tanto, son criticados por carecer de aval científico. En tanto, mientras sus
“pacientes” los defienden, algunos profesionales los atacan, incluso la Ley.
Curiosamente,
las creencias se entrecruzan en la práctica del curanderismo. Así, en la
mayoría de los casos, los curanderos utilizan oraciones religiosas en forma de
rezos, la señal de la cruz cristiana y agua bendita u otros elementos
especiales. Lo concreto es que sus procedimientos tienen una demanda constante
que no declinó pese a los avances de la ciencia.
En un
capítulo anterior se hablaba de los sortilegios que la Inquisición perseguía en
siglos anteriores. No hay que descartar la relación directa existente entre los
casos de aquellas épocas y el ritual que se mantiene aún hoy en el siglo XXI.
Normalmente
este fenómeno se halla rodeado de un ocultismo que hace permanecer a la persona
que realiza estas prácticas en un anonimato sólo roto por el conocimiento que
tienen de la actividad familiares cercanos o el vecindario más próximo.
Cualquier
estudio intentando llegar al conocimiento pleno de esta actividad en un
determinado lugar choca frontalmente con una desconfianza general que niega, de
antemano, la colaboración de los implicados.
En un estudio sociológico realizado en 1980 para el conocimiento de este fenómeno en la provincia de Ciudad Real dejó una serie de datos sobre la población de Tomelloso muy interesantes.
Así, se
indica que Tomelloso es una “localidad bastante importante, con unos
15000 habitantes y de carácter eminentemente agrícola, fundamentalmente
vinícola”.
Llegadas
a esta localidad –“la ciudad de Plinio”- las personas encargadas de hacer el
trabajo de campo encontraron rápidamente referencias de unas mujeres que se
dedicaban a “echar las oraciones para sacar el mal de ojo”. En concreto,
contactaron con tres de estas mujeres, de una edad aproximada de 55 años.
El don de
estas mujeres es “echar la oración” para sacar el “mal de ojo” del cuerpo
de los enfermos. Esta oración dicen haberla aprendido de sus antecesores
e indican que no pueden enseñarla a nadie pues perderían inmediatamente “la gracia”.
Debido a
esto, ante las peticiones de escuchar la oración sólo recitan, susurrando, de
forma imperceptible el rezo.
El sistema para conocer la existencia o no del mal en el paciente puede variar según la persona. Hay quien nota algo especial en el enfermo (cara apagada, ojerosa, pálida, triste, deprimida, con las “pestañas amanojás”…); otras refieren que el padecimiento del enfermo se les pasa a su cuerpo, comenzando a sentir la misma sintomatología que ellos (una muestra del mal en el paciente se refleja en la aparición de continuados bostezos y lágrimas abundantes en la sanadora); otras, por último, utilizan el sistema de la dispersión de aceite, echando cabellos del paciente. De esta forma son capaces de eliminar el mal no sólo a los humanos, si no que pueden aplicar sus dotes, también, en animales y plantas. Normalmente, realizan estas tareas sanatorias sin percibir compensación económica.
La creencia generalizada es que la causa del “mal de ojo” radica en las maldiciones que le pueden echar, a los
pacientes, sus enemigos; aunque también se indica que lo mismo que hay personas
que tienen la “gracia” para curar
este mal, también hay personas que “sin querer” son transmisoras del
mismo.
Todas
estas sanadoras coinciden en que el poder que poseen es debido a “una
gracia divina” que perderían si enseñasen la oración, salvo que lo
hagan a un familiar muy íntimo en caso de muerte y en unas fechas concretas:
Jueves o Viernes Santo.
En la investigación realizada se consiguió que una de las mujeres recitara la oración del mal del aojo a un magnetófono de la época. Dicha oración es la siguiente:
Durante
la realización del citado estudio sociológico se encontró otra curandera más
joven, 35 años, que desde su infancia sufría ataques epilépticos que no
desaparecían con ningún tipo de terapia médica. Ante la ausencia de mejoría con
diferentes tratamientos consultó con un curandero de Alicante quien le aseguró
que su mal no se resolvería nunca con medicinas, sino que la causa del mal
radicaba en que ella era poseedora del don de ser curandera y esos ataques que
sufría desaparecerían totalmente cuando empezara a desarrollar esta actividad.
La mujer siguió el consejo dado por el curandero y se inició en esta ocupación.
Desde ese momento, y pasados más de diez años, no volvió a padecer ningún
síntoma de epilepsia.
Según
detallaba esta mujer tenía alucinaciones cuando estaba curando. Veía “a
Jesús de tamaño humano” e incluso manifestaba que tenía contacto con el
espíritu de su suegro, que le ayudaba a curar. Indicaba que no necesitaba saber
la enfermedad del paciente, sino que con sólo conocer el sitio donde tenía la
dolencia, ponía su mano en dicha y se conseguía la curación.
Su
currículum de curaciones lo componían todo tipo de enfermedades, incluso
desahuciadas por la medicina, y los resultados según la mujer eran muy
positivos.
Pasados treinta años de aquel estudio sociológico el fenómeno no ha desaparecido de la villa de Tomelloso. Nuestros mayores recuerdan a personajes como “La Santa”, “La Agustina”, “La Hermana Virutas” que, con sus curaciones, formaban parte de la vida social de la localidad con total naturalidad. Hoy son otras personas las que conservan “el don” y que mantienen una tradición ancestral, mayor o menor aceptada entre nosotros.
A continuación, otro rezo utilizado para la sanación del herpes (enfermedad cutánea caracterizada por la aparición de pequeñas ampollas dolorosas en forma de anillo, también llamada “culebrina” o “culebrino”).
Esta oración se repite tres veces.
Otro ejemplo de estos rezos que los curanderos realizan para solucionar males o evitar maleficios lo tenemos en la siguiente oración, donde se pretende el amparo divino para una propiedad (en este caso, un domicilio particular).
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