“La leve eternidad
del momento” es el título del último libro de poesía publicado por el profesor
Jerónimo Anaya Flores. Poeta manchego, laureado en numerosas ocasiones, nacido
en Alcoba de los Montes, Catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto
Santa María de Alarcos, profesor del Seminario Diocesano de Ciudad Real y
Vicepresidente del Instituto de Estudios Manchegos, distribuye su ocupado
tiempo en la investigación de la literatura oral, así como en el Quijote: temas
en los que ha publicado más de una docena de libros que ya son referencia para
los estudiosos de la lírica tradicional y el Quijote.
El que nos ocupa ha
sido publicado, con el número 43, en la Colección Bibliográfica del Grupo
Literario Guadiana. Se trata de una colección de magníficos sonetos donde la
luz de la palabra se hace esencia y búsqueda, intentando atrapar, a través de
las hermosas metáforas tejidas por Anaya Flores, la leve eternidad del momento.
Aleccionador poemario donde el soneto luce en
las bellas expresiones de la liviandad de los momentos que vivimos, cuando la
luz crece adentro del corazón para sellar los sentimientos. La búsqueda
espiritual de lo transcendente se hace en este poemario, muy al uso de cánones
antiguos, ahora modernizados por la sabiduría de Jerónimo Anaya, poesía de gran
calidad: formal y emocional.
El inicio de los
sesenta sonetos que conforman el libro, ya muestran ese modo diversificado de
lo que alienta el corazón y se manifiesta a través de muy escogidos versos. Es
como si un enamorado (lo es) expresara en palabras la profundidad de sus
sentimientos. Fuego interior y resonancia íntima: en este caso ya desde el
inicio del título del primer soneto expresado de este modo: “Reprende a las
noches, estrellas y lunas, pues no le muestran el amor”. Seguido exclama: ¡Noches
oscuras de mis días claros,/ cuántas veces me habéis partido el sueño,/ pues
con vuestros desdenes que desdeño/ al descanso ponéis siempre reparos.
Y es la mística la
que se hace dueña de realidades y ensoñaciones, alentando el resplandor
interior en una búsqueda de eternización, donde se ve muy claramente lo que
decía Luis Cernuda citando a Goethe: “Veo no tanto como hice mis poemas, sino
como me hicieron ellos a mí”.
En los poemas que
decimos, la norma clásica, derivada de lo formal, va intercalando metáforas
actuales en una exigencia lingüística realmente mágica; pues con esta emoción y
percepción el libro alcanza una honda madurez por el elevado canto que se
trasmite a través de una lírica llena de emoción y perfecta en todo; pues bellamente,
Anaya Flores, la une por medio de palabras exactas, aunque sea el desamor, lo
que expresa. Veamos el soneto número once titulado: “Lamentase de que hasta los
poemas de amor se convierten en pavesas”: Fuimos
una pasión adolescente,/ escrita en los poemas de un cuaderno:/ yo te juraba
amor, amor eterno;/ tú me dabas amor, amor ardiente/. Fuimos agua que evita la
corriente,/ tardes de luz en un paseo tierno,/ sin saber que al acecho hay un
invierno/ que rompe los veranos, de repente/. Y fuimos una cándida promesa, /
un intuido amor para mañana,/ quizá alguna caricia por sorpresa./ Cuando un día
llamaste a mi ventana,/ el cuaderno de amor era pavesa,/ hielo tu cara y mi
cabeza cana./
El misterio de lo
oculto, según ponderaba el poeta amigo que fue Rafael Alfaro, no deja de ser
una llamada. Poesía profunda en la realidad del todo que somos y, a la vez,
íntima, porque los poemas que ahora leemos
son la verdadera cristalización de todo lo vivido y sentido en profundidad por
el poeta. Cinco pétalos blancos
encontrara/ con un verso minúsculo granate,/de la blancura y el amor remate,/en
el perfil sublime de tu cara./
Este abrazo a la
escritura contiene la fragilidad de lo importante y lo vulnerable. Lo recóndito
escrito bajo el compromiso de una luz bienhechora y primaveral. Desde el
conocimiento de la realidad y la sublimación del espíritu, la poética y la
metodología alumbran “La leve eternidad del momento” con versos que mecen la
luz que alumbra la esperanza.
Sesenta sonetos
donde el poeta labra el amor, las decepciones, lo cotidiano, el dolor, la
pasión, lo escondido, lo mostrado, y “De cómo el viernes de la cruz acaba en el
domingo de la Vida” (Soneto nº 59): Eres
viernes, Señor, todos los días/ y en la cruz del olvido te levanto,/ sin que
tus llagas y tu amargo llanto/ rompan tus inquietudes y las mías./ Arden tus
manos en amor, ya frías,/ llenas de vida, de piedad y espanto,/clavadas en un
leño, y mientras tanto/ alzo las mías, pero están vacías./ Eres viernes, Señor,
aunque yo he sido/ el creador del viernes porque mueras/ todos los días en
silencio malva./Y mueres en el viernes del olvido, / aunque sé, sin saberlo, que me esperas/ en el domingo cuando
llegue el alba./
Desde la admiración al poeta Jerónimo Anaya mis mejores deseos para su libro y que la poesía nos siga acompañando.
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