Ubicada en la calle Alcázar, la cueva, como la mayoría de esta zona, es de las antiguas y en la visita descubriremos muchos elementos y detalles que corroborarán esta afirmación. A la cueva se accede por una escalera que tiene un logrado recodo en su primer tramo, luego se ensancha y describe una ele que gira a la derecha. Una vez abajo, vemos que la cueva está encalada y que sus propietarios la utilizan para fiestas de amigos y tertulias familiares. La temperatura, en torno a los 18 grados, es de lo más agradable.

En la parte que ocupó el jaraíz, aparecen varios elementos de la viticultura tradicional: una destrozadora, una prensa, una  bomba, elementos de laboratorio, una antigua cuba de la bodega de Casajuana y una báscula. La cueva contiene ocho tinajas, todas de cemento, pero son de dos épocas diferentes, explica José María Díaz. Las que presentan un color sanguina son algo más antiguas, con una terminación algo más rudimentaria.  Su capacidad oscila entre las 400 y 450 arrobas. Antes albergó tinajas de barro, como revela el desgarre circular de una de las dos lumbreras y los restos de una canaleta que distribuía el mostro a cada una de las tinajas. También están las denominadas tinajas de relleno y del gasto que son algo más pequeños. El techo también esta horadado por un antiguo pozo.

Vicente y Félix, los actuales propietarios, nos explican que una de las tinajas se rompió y que fue el año pasado cuando acometieron la tarea de limpiar y arreglar la cueva, dotándola también de varios puntos de luz. El techo está en la tosca pura, encalado como las paredes. En esta zona de la ciudad, la tosca presenta un mayor grosor. Observamos también dos pocillos, uno recogía el mosto y el otro era el socorro del vinatero cuando las tinajas de barro reventaban.

Subiendo por la escalera nos llama la atención otra buena colección de aperos y objetos cotidianos: una porra, llaves grandes, los horquillos de la basura, otros horquillos con puntas que finalizaban en bolas para no dañar las lonas de los carros, una venencia, medias fanegas, rastrillos de cargar uva, un remecedor, un rastro, bombonas, lebrilla, un brasero, perolas, sartenes, un aparato para añadir sulfuroso al mosto y un aspirante… en definitiva utensilios que  demuestran la inteligencia y capacidad de aquellos vinateros que encontraban soluciones para cualquier problema que se les ponía por delante.

Nos despedimos y echamos una última mirada a esta cueva que al mismo tiempo es un museo por los curiosos y muchos elementos que contiene. Una cueva impecablemente conservada y que sus propietarios disfrutan siempre que pueden. Lo hacen por su placer y también como homenaje y recuerdo a esta conocida familia de Tomelloso.