Guarda mucha historia la
cueva que hoy hemos visitado los periodistas de La Voz de Tomelloso, junto a
nuestro fiel experto, José María Díaz. Su propietario es Francisco Perona
Gallardo y la cueva es la mitad de la antigua cueva de Juan Cuesta, el abuelo
del que fuera alcalde de Tomelloso, Clemente Cuesta Santandreu, y padre del
hombre que abriera una bodega en la avenida Antonio Huertas.
Jose, la mujer de
Francisco, nos abre amablemente las puertas de su casa en la calle Maestro
Torres, casi en la confluencia con el paseo de Ramón Ugena, para mostrarnos
esta cueva que han querido cuidar y conservar. Accedemos por una entrada que
tuvieron que construir expresamente. Una escalera impecable, en forma de ele,
con los peldaños revestidos con suelo rústico y las paredes pintadas de blanco.
Hay también un tramo de baranda de escayola. Antes de llegar a la cueva nos encontraremos con
el espacio que albergaba un trujal y que también sirvió de almacén a una
antigua fábrica de lejía.
La cueva ha sido
reforzada con unos largos pilares “puesto que unos pisos se meten unos metros
en el espacio que ocupa la cueva y nos lo aconsejó el arquitecto. Esto provocó
que tuvieran que romper las tinajas de una fila, para disgusto de mi suegro que
quería conservarlas todas”, explica la propietaria que restaura muebles
antiguos y siente aprecio por todo lo que tenga que ver con las tradiciones y
raíces de la ciudad.
La cueva contiene ocho
tinajas de barro con capacidad para 450 arrobas, numeradas y una de ellas
con las iniciales de la familia Cuesta.
En una de las tinajas vemos el número 45, que indica que estábamos en una
bodega de grandes dimensiones. En esta bodega fue donde pasó sus primeras horas
la Virgen de las Viñas nada más llegar a la ciudad en ferrocarril en el año
1942.
La cueva, por tanto, es
el doble de grande que lo que vemos. Las tinajas de barro son de las mayores,
lo que nos permite situar la fecha en la que se pudo construir la cueva, en
torno al año 1910. Llama la atención su empotrado y balaustrada de madera. El
techo está en la pura tosca, horadado por dos lumbreras de desgarre
trapezoidal. El suelo está enlucido en cemento y tiene un pocillo. José María
destaca la ausencia de humedad en la cueva. La propietaria nos cuenta que una
de las lumbreras esta justó debajo de una de las alcobas lo que le proporciona
un aire acondicionado natural muy agradecido en verano.
La propietaria desearía
llevar a cabo algunas reformas en la cueva, pero reconoce que hay dificultades
para encontrar a personas especialistas en determinados oficios, además del
coste económico que supone emprender cualquier obra. “Tendrían que darnos
alguna subvención o ayuda para poder arreglarlas”, dice Jose.
Nos despedimos en una
zona, la del paseo Ramón Ugena, donde se dan la mano muchas tradiciones de la
ciudad: bodegas, cuevas, alcoholeras,
queserías, la antigua feria y el ferrocarril.
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