Cuevas

"Las cuevas son un tesoro arquitectónico"

Visitamos con José María Díaz la cueva de Jesús Perona Lara en la calle Santa Quiteria

Carlos Moreno | Jueves, 22 de Febrero del 2018
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José María Díaz se emociona y disfruta enseñando las cuevas de Tomelloso, esos tesoros arquitectónicos escondidos que jugaron un papel fundamental en la economía de la ciudad. No es la primera vez, ni tampoco será la última que José María acompaña a los periodistas a ver una cueva. Su mayor ilusión es que se pongan en valor estas construcciones tan singulares, que se visiten y promocionen para que las nuevas generaciones sepan el ingente esfuerzo que costó forjar el Tomelloso actual.   Nos dirigimos  a la que hay en la calle Santa Quiteria, propiedad de Jesús Perona Lara, que con gran hospitalidad nos ha abierto las puertas de su casa.

Antes de entrar, José María imparte ya su magisterio sobre cuevas. “Las lumbreras se hacían con las llantas de las ruedas de los carros. Las primeras cuevas de Tomelloso  se construyeron en torno a 1840-45, aunque hay que distinguir las cuevas de los sótanos que también se hicieron muchos y que solían utilizarse como desahogo de la casa o cámara para conservar alimentos. En Tomelloso ha habido unas 2.200 cuevas”.

Comenzamos a bajar los peldaños de la escalera “que era siempre lo último que se hacía” y nos introducimos en las entrañas de una cueva que tiene 150 años o más. “Esta es un tesoro arquitectónico, -dice José María-, porque las tinajas que contiene son de barro, y éstas tienen más encanto que las de cemento. Las más antiguas llevaban arriba una canaleta por donde corría el mosto, aunque este elemento luego tendió a desaparecer. Las tinajas eran de 350 y 250 arrobas”. 

Nos fijamos en el empotrado, en el precioso balaustre de cemento, en la lumbrera redonda “que era por donde se bajaban las tinajas”, el duro techo de tosca, “del que era imposible que se desprendiese nada, algo que si ocurría cuando algunos picadores lo dejaban de tierra blanda porque consideraban que quedaba más bonito que los techos de tosca donde quedaban algunos bullones”. La tosca, esa parte dura que tanto hacía penar a los picadores “podría tenía de media un grosor de dos metros”.

Observamos ahora el pocillo y una gradilla que se conserva en perfecto estado. Tinajero como su padre, a José María no se le escapa ningún secreto de estas construcciones y elogia a sus autores, “fue  gente muy valiente, sin ningún tipo de conocimientos técnicos, pero con una gran inteligencia. Jamás se ha hundido ninguna, a pesar de que buena parte de ellas llegaban hasta la mitad de la calle. Medían a pasos, aunque luego utilizarían unos metros de madera. Solían medir por varas, equivalentes a 83 centímetros y medio”.

Nos pide José María que nos fijemos en unos agujeros que hay en la pared que sube hasta la lumbrera. “Son las covanchas  que se utilizaban para meter los pies y ayudaban a subir a los que estaban trabajando”. 

Picadores y terreras

Picadores y terreras  fueron construyendo a base de sudor y esfuerzo este Tomelloso subterráneo en el que cada agricultor dormía sobre su vino. “Antes de llegar a lo blando, picaba sobre risco puro, la tosca. En cada cueva solían trabajar un par de picadores y tres terreras. El tiempo que se tardaba en hacer una cueva dependía de la prisa del encargo y lógicamente de su tamaño, pero podría estar en torno a cinco y seis meses”. Pero esto solo era el trabajo de construcción de la cueva, “luego había que traer y colocar las tinajas que era otro trabajo durísimo, también conllevaba muchos esfuerzos y penalidades”, -explica José María-. No había muchos picadores en la ciudad. “Los trabajos más complicados, el techo, o el refinamiento de una pared lo hacían ellos. Luego en lo blanco, cualquiera picaba y podían tener sus ayudantes”. Esto da pie a José María a contarnos un curioso dato. “Los pozos que mucha gente hacía en sus casas, coincidiendo con las épocas de temporal, tenían forma cuadrada. Y es que al no ser picadores no se les daba bien darle forma redonda”.

 Nos encontramos a gusto en la cueva, con su propietario y escuchando las explicaciones de José María, pero llega la hora de marcharse. Al salir de la cueva nos topamos con un corral manchego que es una maravilla. Otra joya arquitectónica que daría para otro reportaje.


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