Desde nuestra salida el pasado mes de diciembre, La Voz de Tomelloso ha realizado extensos reportajes sobre las Cuevas de Tomelloso. Un tesoro arquitectónico en nuestro subsuelo que conviene otorgarle la importancia que merece después de algunos oscuros años de olvido. Este recorrido por las cuevas, que vamos a continuar, ha sido mucho más sencillo gracias a la generosa colaboración de José María Díaz, el hombre que en virtud de su oficio de tinajero las conoce como pocos. Además de acompañarnos, aportar valiosa información y hacer que nos fijemos en curiosos detalles, José María ha sido la herramienta perfecta para que los tomelloseros y tomelloseras nos abran de par en par las puertas de las casas que contienen cuevas.
Las cuevas de Tomelloso adoptan formas diferentes, varían también en la distribución de los espacios y en la propia decoración, pero todas enseñan un denominador común: son unos espacios casi mágicos, de temperatura agradable, donde todavía huele a vino y mosto pese a los muchos años que han pasado sin trabajar en ellas, aunque algunas todavía están en activo como las de Osborne. Los claro-oscuros que provocan las lumbreras, la belleza de sus molduras y balaustradas, las impresionantes tinajas, ya sean de barro o cemento, la perfección de sus largas escaleras , los viejos aperos y útiles que contienen, las paredes encaladas y techos de tosca o arena son elementos que enseñan el ingente trabajo de picadores y terreras para culminar estas obras de arte que tan decisivo papel jugaron en la economía de la ciudad.
Además, cada cueva guarda celosamente la historia de la familia propietaria. Desde que comenzaran a construirse en el primer tercio del siglo XIX, varias generaciones de la misma familia han aportado su propio sello a la cueva original, con alguna reforma o planteamientos diferentes en cuanto a la organización del trabajo del viticultor. Muchas familias apostaron fuerte por su conservación, lo cual es digno de todo agradecimiento, pues dejan un precioso legado. En cambio, otras cuevas cayeron en el más absoluto de los abandonos, o todavía peor suerte, ya que desaparecieron ante el empuje imparable de la burbuja inmobiliaria. Por fortuna, son muchas las que todavía quedan y aquí es donde debería entenderse voluntades públicas y privadas para que Tomelloso pueda enseñar este rico patrimonio arquitectónico a generaciones venideras con la finalidad de ofrecer un aliciente más a las muchas personas que visitan la ciudad.
En esta búsqueda de una fórmula para su conservación y promoción andan gentes de bien como José María Díaz y otros amantes de las cuevas. Mientras tanto, en La Voz de Tomelloso queremos seguir enseñándolas. Aquí tienen el resultado de nuestra primera ruta de visitas. Gracias a Jesús Perona, su cueva fue la primera que visitamos en la calle Santa Quiteria, a Juana Jiménez Sobrino, con su esposo Ángel ejerciendo de perfecto anfitrión; a Bodegas Osborne, donde nos recibieron exquisitamente Virginia Martín y Clemente Ramírez; a Cándida Grueso, con la que tanto reímos en aquella tarde de lluvia; a Carmen Rodrigo, hermana de Vicente el otro propietario, por hacernos sentir como en casa a Consola y Carmen Perona, propietarias de la cueva de la familia Astilleros, por tanta hospitalidad y cercanía. Y, por supuesto la de Manuel Carrasco, que procede de 1850.
Les dejamos los enlaces a los distintos reportajes que hemos elaborado:
"Las cuevas son un tesoro arquitectónico" - Visitamos con José María Díaz la cueva de Jesús Perona Lara en la calle Santa Quiteria
En la maravillosa cueva de Juana Jiménez
Por las majestuosas cuevas de la Destilería Osborne
Seis generaciones en la cueva de Cándida Grueso
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Viernes, 15 de Marzo del 2024
Viernes, 8 de Marzo del 2024
Viernes, 1 de Marzo del 2024
Domingo, 28 de Abril del 2024