En la calle San Mateo, justo enfrente de la calle Buenos Aires se encuentra la cueva que han visitado hoy los periodistas de La Voz de Tomelloso. Es la número 119 que visitamos y como solemos decir cada cueva guarda su particular encanto. Sus propietarios, Pablo Toledo y Almudena nos han enseñado con gran amabilidad una construcción del año 1900 que encierra muchos recuerdos infantiles para Pablo.
La cueva perteneció a la familia de los Ortegas y cuando Pablo Toledo supo que estaba a la venta, no dudó en adquirirla, precisamente, en añoranza de sus tiempos de niño donde se recorrió jugando con sus amigos vecinos todas las dependencias de una enorme vivienda en la que llegaron a convivir varias familias.
Bajamos por una ancha escalera que los propietarios reformaron porque se encontraba en mal estado. Por esa escalera se bajaron las tinajas de barro y también por una de las tres lumbreras como delata su forma circular y el relleno que se hacía después. Pisando suelo, admiramos una cueva en forma de herradura, reforzada con un pilar y un muro que coincide con la línea de la fachada y que va en consonancia con la estética de la construcción. Alberga 18 tinajas: 11 son de barro de cuatrocientas arrobas de capacidad y 7 de cemento de 500 arrobas. Nuestro experto tinajero, José María Díaz, que nos acompaña, no tardará en reconocer la mano de su padre en las tinajas de cemento que se construyeron en torno al año 1930.
Además, se conservan en buen estado la del gasto y la del vinagre, mucho más pequeñas. Hay un empotre de yeso y un empotrado de madera, que viene a ser otro vestigio que demuestra la antigüedad de la cueva. Descubrimos un antiguo pozo de agua, que los picadores construían con admirable precisión llegando a cavar hasta veinte metros de profundidad. Detrás de las tinajas se han instalado unos puntos de luz que provocan un bonito efecto de iluminación.
El desgarre de las lumbreras enseña el amplio grosor de la tosca. El techo está perfecto, sin desprendimientos y toda la cueva presenta un color terroso que la acerca a su esencia y estado original. El suelo es de tierra, muy compactada, con dos pozatas y un canal que recogía el mosto que se derramaba cuando una tinaja reventaba.
Entre los aperos encontramos unas serillas apiladas. Llenas de uvas pesaban lo suyo, pero los viticultores de la ciudad podían con todo. La arquitecta Ana Palacios calcula que la cueva tiene una altura de casi siete metros desde el suelo hasta la calle. Subimos y nos detenemos también en otros detalles de la vivienda con una antigua cocinilla muy bien conservada, el pajar y la hilera de piedras que marcaba el camino que seguían los carros. Mucha tradición en esta vivienda de la calle San Mateo que Pablo y Almudena, con buen criterio, han decidido conservar.
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