Las cuevas de la Destilería Osborne en Tomelloso son unos de esos tesoros escondidos que merece la pena visitar. Debajo de la emblemática fábrica que fuera primero de Jonás Torres existe un maravilloso laberinto de cuevas que guarda la esencia del Tomelloso más auténtico, ese mundo de clarooscuros, largos pasillos de tinajas y techos de tosca donde todavía huele a vino viejo y se percibe la huella del inmenso trabajo de los picadores y terreras que las hicieron. Contemplar ese tesoro de sabia arquitectura popular es ya un privilegio, pero la visita es aún más placentera porque  los periodistas de La Voz de Tomelloso estamos acompañados de muy buena gente; José María Díaz, nuestro experto en cuevas; la arquitecta Ana Palacios que siente  gran predilección por estas singulares construcciones subterráneas y Virginia Martín, la responsable de calidad de la destilería que también se encarga de enseñar, con muchísimo gusto, la fábrica a los numerosos visitantes . Ella nos ha ofrecido una hospitalidad exquisita, lo mismo que el jefe de Producción, Clemente Ramírez, que se incorporará un poco después.

Antes de meternos en las profundidades de las cuevas de Osborne, Ana Palacios lamenta lo poco que se ha promocionado este gran patrimonio de Tomelloso . “Habría que catalogarlas, organizar rutas, promocionarlas en todos sitios porque estas cuevas son únicas. El terreno sobre el que se asienta Tomelloso era perfecto para hacerlas, con la tosca que servía de bóveda irrompible y luego la parte blanda que permitía seguir excavando y darles forma”. Ella, como arquitecta ha tratado de respetar en sus proyectos las cuevas existentes, “siempre que el propietario ha querido, claro, porque en la mayoría de los casos ha primado más el interés económico y muchas cuevas han desaparecido”.

Virginia Martín, que lleva 22 años trabajando en la Destilería, nos abre las puertas de la primera cueva que alberga 40 tinajas de cemento con 16.000 litros de capacidad cada una. Está muy bien conservada y lo primero que nos llama la atención es su empotrado cerrado que permitía trabajar con las bombas con mayor comodidad. “Esta cueva todavía se utiliza como depósito nodriza de los alambiques que hay justo arriba”, -explica-. A esta mujer sevillana, que disfruta hablando de su trabajo, le encanta que venga la gente a la destilería. “Las bodegas y cooperativas son más conocidas, pero ahora la gente empieza a tener curiosidad sobre qué hay detrás de los muros de las destilerías. En la visita general que organizamos por toda la fábrica incluimos la cuevas y cuando explicamos que se han construido a base de pico y brazo la gente se queda asombrada”. Añade Virginia que cuando llegó la destilería y le dijeron que en las cuevas el  vino se conservaba francamente bien en las cuevas confiesa que no daba crédito, “pero pronto pude comprobar que era una verdad absoluta”.

Cuando llegamos a la segunda cueva de la destilería, mucho mayor que la primera, nos quedamos impresionados por su tamaño.  De hecho cuando un  directivo de Osborne  visitó esta cueva dijo que parecía una Estación de Metro. Aunque esta cueva no se utiliza y su estado de conservación es peor, conserva su solera y encanto. Una restauración de esta cueva costaría una fortuna, y en caso de llevarla a cabo, “habría que hacerla con mucho tiento para que no pierda ese encanto que tiene”. Esta cueva alberga unas cien  tinajas, la mayoría de barro, si bien las que se rompieron se han ido sustituyendo por tinajas de cemento. Incluso, las hay de este material que imitan a las de barro. 

En esta maravillosa cueva nos acompaña ya Clemente Ramírez que extrema las precauciones para que ninguno de los visitantes suframos un percance. Y es que en los pasillos de la cueva hay algunos pozos, que aunque están protegidos por lumbreras, conviene bordear para evitar un disgusto. Tanto él como José María Díaz nos invitan a que nos fijemos en los detalles el techo formado en la misma tosca, el hueco por donde entraban las lumbreras que “era un trabajo titánico, sin grúas ni nada”, las paredes que se encalaban con frecuencia, lo pasadizos que comunicaban unas cuevas con otras, los peldaños de la escalera que rematados con listones de madera y hasta una pequeña galería que conducía a los trujales.

Todavía queda tiempo para visitar una tercera cueva en Osborne, la más antigua, de finales del XIX, indica José María Díaz que por su larga trayectoria de tinajero conoce  bien la historia de cada cueva. “Esta perteneció a Eladio Salinas, después la vendió a alguien y finalmente la adquiriría Jonás Torres al ser una cueva colindante a las suyas”. Accedemos por una escalera de treinta peldaños que está dividida por una rampa en el centro que se utilizaba para mover más cómodamente las bombas, algunas eran bastante pesadas.  Observamos una canaleta de teja árabe que era por donde circulaba el mosto, una vieja gradilla y un empotrado de madera con un pasamanos de cuerda, detalles significativos que corroboran la antigüedad de la cueva. 

Clemente nos lleva ahora por otro pasillo que conduce a una cueva más pequeña con tinajas de 500 arrobas (8.000 litros)  que responde al tipo más frecuente que había en las casas particulares. Las tinajas son de cemento pero presentan un color rojizo, detalle que tampoco pasa desapercibido para José María. “Algunas de cemento se revolvían con sanguina para conseguir este tono parecido a las de barro. Mi padre solía hacerlo en muchas tinajas que construía”.

Después de haber paseado por cuevas que contienen unas 350 tinajas, la visita toca a su fin. Francisco y Ana se han empleado a fondo con sus cámaras, en cada rincón había un curioso motivo que fotografiar. Nos quedamos con ganas de volver y seguro que volveremos a las mágicas entrañas de la Destilería Osborne.