Frecuente es oír decir a los políticos de izquierdas que sus partidos representan a las formaciones progresistas,…la izquierda progresista, una frase recurrente proclamada a nivel de dogma político. Una afirmación que si bien fue cierta en el pasado, hoy sin embargo se ha convertido en falacia.
Primera premisa: Hace cien años, la izquierda defendía y con razón las injustas situaciones sociales; hoy lo sigue haciendo pero con mucha menos credibilidad y legitimidad porque también ella ha sido responsable de que existan actualmente. No se trata de analizar la cuota de responsabilidad que tiene, contraída en los años que ha estado en el poder, pues llevaría demasiadas y muy discutibles líneas, pero lo que sí resulta evidente es que esa virginidad que en el pasado podía esgrimir hoy ya no la tiene porque es responsable en buena parte de ella. De modo que nadie está ya libre de culpa en este maremágnum en el que se ha despilfarrado y trincado dinero público a manos llenas. Seguir apareciendo como unas inocentes víctimas resulta algo indecoroso.
Segunda premisa: El discurso y las maneras que utiliza con frecuencia hoy la izquierda han quedado hoy en gran parte obsoletas. Después de un periodo democrático floreciente marcado por una paz social, hoy asistimos a una confrontación calculada iniciada por el presidente Zapatero. ¿Porque digo que han quedado obsoletas? ¿Qué es lo que ha cambiado? Pues han cambiado de manera radical las estructuras y las posibilidades sociales.
La insalvable diferencia que antes existía entre una clase dirigente, potentada económicamente y una clase trabajadora que dependía vitalmente de ella, quedó hace tiempo difuminada con el nacimiento de una extensa clase calificada como media, o mejor, distinta, en cuanto contiene otros tintes que la definen y la hacen ajena a esta simple y arcaica línea bipolar; un estrato social moderno en el que coexisten empresarios emprendedores hechos a sí mismos, y trabajadores con un perfil actualizado, un aceptable poder adquisitivo, acostumbrados a vivir desde el esfuerzo y en un número muy superior al que hoy pretende representar algún sector de la izquierda. Un colectivo social que ha posibilitado la superación de esa situación que la izquierda defendía hace medio siglo y que alimentaba su razón de ser.
La pregunta es: ¿No tiene entonces hoy razón de ser la izquierda? Si hablamos de aquella que se comporta como la de hace un siglo desde luego que no. Una izquierda que siga pensando en que ellos son los que representan de una manera químicamente pura los ideales democráticos. Cuando gobierna, presuponiendo como legítimamente válido todo lo que realiza; cuando queda relegada por las urnas a la oposición, apareciendo como víctima de lo que otro gobierno igualmente democrático realiza, de manera que en el subconsciente de algunos votantes de izquierdas siempre queda una legitimación alternativa posterior a las urnas cuando éstas no les han otorgado la responsabilidad de ejercer el poder.
La razón de este comportamiento siempre se ha basado en el convencimiento de ser ellos quienes mejor representan al pueblo. Pues bien, como decía más arriba, hace años esta afirmación podría ser verdad, el pueblo estaba muy definido, demasiado definido e indefenso; pero hoy, ¿Acaso hay alguien que pueda atreverse a trazar una línea divisoria que excluya a los que no son parte del pueblo? ¿Acaso son “el pueblo” aquellos que votan a la izquierda, a la extrema izquierda y solamente ellos?
Y es que la izquierda española ha vuelto a vivir anclada en un interesado pasado, vacía de discurso, ignorando que la estructura social ha cambiado por completo y que hoy todos vivimos del esfuerzo personal; que se acabaron los trabajos encontrados sin salir del domicilio y que quien no busque y no conciba el trabajo como algo dinámico, lo va a pasar tremendamente mal, gobierne quien gobierne.
Y es aquí donde precisamente la izquierda paternalista tiene mucho que decir y que cambiar. Hoy ya no se puede, en base a un falsa interpretación del concepto sagrado de que todos tenemos los mismos derechos, ir despreciando trabajos en sectores como la agricultura, la hostelería u otros, que sé de lo que hablo, y seguir viviendo con lo regalado, aprovechando todos los servicios a los que insisto, indudablemente todos tenemos derecho, pero que pagan con sus impuestos aquellos que más trabajan. Que una cosa es no encontrar trabajo y otra muy distinta no salir a buscarlo.
Graves palabras, pero ya está bien de vivir del “que vengan a buscarme que ya veré yo si me conviene” en aras de un trasnochado y para nada solidario comportamiento con aquellos que de verdad no tienen otra opción que estar pasándolo verdaderamente mal.
El verdadero progresismo consiste en potenciar políticas para crear una riqueza equitativa y no una pobreza distributiva. Lo primero se antoja mucho más complicado que lo segundo.
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Jueves, 8 de Mayo del 2025