Cuevas

La cueva de Pedro López en el barrio San Antonio

Carlos Moreno | Viernes, 21 de Julio del 2023
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Toca visitar hoy la cueva de Pedro López en la calle Don Quijote. La construcción tendrá unos cien años y según explica el antiguo propietario de la casa, Gumersindo Ramírez, la solía alquilar a un vinatero de nombre, Eulogio.  En la época de vendimia tenían que desocupar una de las alcobas para  que hiciese de jaraíz. La mujer de Pedro, Faustina Serrano, nació en esta casa.

Cuando bajamos por la escalera descubrimos ya el buen estado de conservación de la cueva. Los peldaños están arreglados y las paredes perfectamente encaladas. El La escalera tiene un techo abovedado muy bien hecho. La cueva tiene una altura de 5,92 hasta la lumbrera y hasta el techo de 4,05. De larga mide siete (8,80 si llegamos al fondo de un hueco) y de ancha seis y solo tiene a un lado las tinajas. Alberga tres  de barro de 400 arrobas de capacidad cada una que fueron construidas por José María Díaz Benito.” Con estas mil doscientas arrobas vivía todo el año una familia”, apunta el tinajero. Hay otra tinaja más pequeña, de unas 120 arrobas de capacidad, que era la del relleno y otras dos todavía más reducidas que eran la del gasto y la del vinagre. Las tinajas tienen dos orificios a distintas alturas para extraer el vino de diferentes calidades. Como tantas veces hemos explicado, los antiguos vinateros cuidaban todos los detalles, haciendo uso de una admirable sabiduría.

“Es una cueva pichulereja” dice jocosamente José María Díaz, el tinajero que nos acompaña junto a la arquitecta, Ana Palacios, que examina todos los detalles constructivos. Se agradece estar en la cueva en estos días de intenso calor y lo agradecen también los nietos del propietario que suelen bajar a jugar a las canicas.  El techo está en la tosca en una zona de la ciudad que tiene un buen grosor. La lumbrera presenta un estrecho desgarre. Observamos también el pocillo que recogía el mosto que se podía derramar en un momento dado y llama la atención el tono arcilloso de la tierra del techo y paredes. Es una cueva pequeña, pero muy auténtica, muy bien cuidada, que no ha perdido esa esencia de las cuevas de antes.

Unas obras de excavación que realizaron en la calle para meter el saneamiento dañaron la cueva y hubo que reforzarla con unas vigas. De este modo, se hizo una especie de puente sobre las bocas de las tinajas, Nos fijamos en la blancura del empotre, también en dos escaleras y varios huecos que quedan en el fondo.

Cuando subimos los grados de estos días de veranos empiezan a hacerse notar y dan ganas de regresar abajo de nuevo. Nos despedimos agradeciendo la hospitalidad de un anfitrion que, a pesar de no ser agricultor, es un ferviente admirador de las raíces de la ciudad y por eso conserva tan bien su cueva. Nos acompañó también su mujer y su nieta en una visita de lo más agradable.


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