Desde la curiosidad y el respeto, siempre es agradable conocer la diversidad y particularidad de cada uno de los vestigios que el devenir de las familias más enraizadas en la tradición agropecuaria de nuestro pueblo, en particular la vitivinícola que fue el germen del desarrollo económico y social que hoy disfrutamos, han ido legando a sus descendientes y éstos mantienen, fuera del uso intrínseco, como custodios de nuestra memoria.

Pero esta visita en particular ha tenido la fortuna de contar con un anfitrión excepcional en la persona de D. Antonio Perales, que a su buena acogida y afecto ha añadido una pormenorizada exposición y explicación de cuantos elementos, aperos, construcciones e instalaciones conforman la bodega y cueva familiar. Con una habilidad didáctica encomiable, sencillez, cercanía y afectividad nos ha trasladado a la época del pleno funcionamiento de esa bodega y cueva, haciéndonos partícipes de sus recuerdos, personas y experiencias, en una inmersión memorable que ha superado con creces las bellas y excepcionales instalaciones que mantienen primorosamente. Todo con un broche final de una invitación a degustar unos vinos embotellados con su marca “ La Barja”.

La excelencia, es la singularidad que buscamos y deseamos pero que lógicamente no es lo común, y en esta visita hemos tenido la fortuna de contar con ella. Es el espejo donde mirarse con desnudez y comprender que es el horizonte donde llegar. No basta que el patrimonio histórico, arquitectónico, industrial, o artístico sea importante, si no se le pone en valor ni accesible, física y culturalmente, a la inmensa mayoría de las personas.

El  reconocimiento, casi unánime de las personas que hicimos la visita, a D. Antonio Perales que nos propició esa “inmersión en nuestra historia” y que para muchos es el modelo y forma que marcan la diferencia.

Vicente-Carlos Soler