Opinión

Una clase magistral

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 24 de Febrero del 2024
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Nos la ha vuelto a jugar el amigo febrerillo. Mira que llevábamos unos días de buenas temperaturas, pero la tarde se nos ha vuelto fría y ventosa. Nos refugiamos tras las cristaleras para disfrutar de la reunión semanal entre Ciri y un servidor.

Han surgido varios temas de poca transcendencia, que hemos dilucidado con poco interés comparado con nuestros consabidos cafés y magdalenas generosas. Debo confesar mi agradecimiento a tal tranquilidad, porque me deja disfrutar de la tarde sin alteraciones destacables. 

Ha sido casi al final de la reunión cuando Ciri me ha declarado que necesita con urgencia una clase magistral, una master class, como dicen ahora los vestidos con guardapolvo de modernidad, ha terminado aclarándome.

—¿Y eso? Una clase magistral ¿de qué?

—Pues la verdad es que no sé exactamente de qué, —me responde y se queda tan ancho.

—Ciri, ya estás con alguna treta de las tuyas y quieres que te sonsaque.

Viste su cara con la sonrisa falsamente maliciosa, achina los ojos para mirarme de frente y responde:

—No entiendo, por más vueltas que le he dado, la movilización nacional y europea de los agricultores.

—Por favor, Ciri, no es tan complejo el asunto. Los trabajadores del campo tienen que someterse a las leyes nacionales y de la CEE, para que sus productos agrícolas puedan ser vendidos en cualquier mercado mundial. Donde reside el problema, según ellos, es en que se les exigen tantos requisitos y tan extravagantes que los costes de producción se desbordan y los gastos superan con creces a los ingresos de sus empresas. Además, en muchos mercados españoles y europeos se ofrecen productos agrícolas de países que no cumplen las normativas e incluso a menor precio. Sin olvidar que los intermediarios perciben la mayor parte del pastel.

—Compañero, hasta ahí llego. Eso lo entiendo si admitimos que hay países amigos enchufados, decíamos en otros tiempos, de políticos europeos a los que se les facilita la venta en nuestras tiendas.

—Pues ¿cómo dices que necesitas una clase magistral para comprender la movilización? Es evidente, además está siendo explicado perfectamente en todos los informativos, —respondo a mi amigo. Pero debo admitir que cuando él habla de este modo, “algo tiene en el buche”.

Se toma tiempo para responder, mastica el último trozo de la exquisita magdalena, toma el penúltimo sorbo de café, vuelve a mirarme y argumenta de nuevo:

—Colega, —me dice mostrando un intento de sonrisa torciendo la boca hacia la izquierda—, te llamo colega, como los chicos modernos, hay que ser actuales en vocabulario e ideas. A ver si tú puedes desenredar estas tres incógnitas.

—Ni que yo fuera Salomón resolviendo las adivinanzas de la Reina de Saba o Edipo averiguando el enigma de la efigie, —le respondo con una carcajada desconfiada, conozco a Ciri y presagio alguna de las suyas. 

—Ya te comenté antes, —responde— que me pongo en la piel de cada uno de los agricultores y hasta sería capaz de manifestarme y defender su causa, pero las tres incógnitas que me corroen son estas:

1.-Las huelgas y manifestaciones se inventaron para que los obreros consiguieran mejoras en sus trabajos y salarios, iban contra el amo burgués propietario de la fábrica. ¿Por qué ahora y desde mediados de siglo XX las sufre la sociedad al completo, hombres y mujeres que deben ir al trabajo, colegio, hospital, viajes…? Pienso que los sindicatos deberían buscar otros modos de presión.

2.-Las fuerzas del orden están al servicio de los ciudadanos, lo demuestran día a día en cualquier punto de la nación, sean las circunstancias que sean, incluso arriesgando sus vidas. ¿Por qué los obligan a reprimir las manifestaciones con esos modos? Aquí tengo que admitir que la actitud de algunos manifestantes no era precisamente cordial con ellos.

3.-Si los agricultores y ganaderos están tan al borde de la ruina, y si lo dicen, debe ser verdad. Si pagan de sus bolsillos los gastos de desplazamiento (gasoil, jornales, comidas, multas, etc.) ¿Cómo tienen esos tractores impresionantes en tamaño, tecnología, adelantos en sistemas agrarios? Deben tener precios elevadísimos.

No puedo abrir más los ojos, ensimismado miro las cristaleras de la cafetería, mientras asimilo las dudas de Ciri. No encuentro respuestas apropiadas. Sorbo las últimas gotas de café casi secas en mi taza, miro al compañero y le respondo.

—¿Cuándo has dicho que comienzas la clase magistral? Me apunto.


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