Opinión

Viernes de besapies

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 9 de Marzo del 2024
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Hoy estamos tres en el momento del café con magdalenas. He tenido que esperar un rato a que acudiera mi amigo Ciri. Es muy puntual, le gusta llegar con antelación de tiempo, bien se trate de tertulias, bien de cualquier cita, aunque hoy no ha cumplido.

Lo he visto cruzar por la ventana y observo que viene acompañado de una señora. 

—Buenas tardes, amigo, perdona que aparezca con unos minutos de retraso.

—Estás perdonado, compañero, este pecado es una minucia comparado con lo que hay por ahí entre tsunamis, mascarillas y “resKoldos”, —le respondo con una sonrisa cómplice e inmediatamente me fijo en la señora que lo acompaña.

—Sor Teresa de Jesús, —dice para presentar a su acompañante y al tiempo responder a la interrogación de mi vista. 

—Mucho gusto, señora, —contesto con educación y cortesía mientras estrecho la mano que me ofrece la dama. 

—Encantada de conocerlo, —responde la religiosa con una sonrisa franca.

Me pregunto para mis adentros qué pintará esta monja en nuestra tertulia de amigos. Este Ciri sorprende a cada momento. Oigo que le habla de tú y no de usted a la, para mí, desconocida. No sabía que tuviera familiares monjas, fray Lucas del otro día era un conocido de su cuñado, pero esta… 

La nueva acompañante se une a la petición y degustación del café incluidas las correspondientes magdalenas.  Como soy mal pensado de “nación”  decimos en mi pueblo, relaciono: viernes de Cuaresma, ayuno y abstinencia para los cristianos fervorosos, merienda con unos hombres que no conoce de nada, la sor en establecimiento público… No me cuadra en absoluto. Puedo esperar cualquier cosa, conociendo al compañero de mesa.

—Te pongo al día de la situación, como sé que eres muy curioso voy a informarte detalladamente, —dice el colega y hace que me sonroje por el comentario—. He entrado en la iglesia porque los viernes de cuaresma me gusta hacer el besapies a la imagen de Jesús de Medinaceli, rezo unos momentos y me voy. No me gusta darle el beso en el pie; pasan por allí muchas bocas con sus correspondientes microbios y bacterias.

—No fastidies, Ciri, las personas que están allí cuidando y vigilando son muy exigentes en la limpieza y aseptizan perfectamente todo lo que la gente tocamos con la cara o con la boca.

—Sí, lo sé, desde luego que no lo dudo, pero yo soy así de meticuloso.  Cuando he terminado mi oración me he encontrado en la puerta con sor Teresa y le he cedido, como caballero, el paso. Hemos comentado el mal oraje de la tarde con el viento, la lluvia intermitente, etc., y algún detallito de la curiosa costumbre que acabábamos de realizar. Me he sentido en confianza porque me había dado cuenta, por el crucifijo del pecho, de que era religiosa. En fin, que como en la plaza hacía frío, la he invitado a tomar un café y qué mejor compañía que la tuya —responde guiñándome un ojo consciente de mi inquietud por la invitada desconocida.

—Por mí, encantado, —añado consciente de que no puedo sino aceptar la situación. Es evidente que a la religiosa le está atrayendo el olor a café, porque acerca su nariz a la taza y aspira suavemente el aroma. Es cuando Ciri interviene.

—Si le parece bien, Sor Teresa, podríamos continuar con el diálogo que hemos interrumpido antes en la plaza.

—Por mí encantada; estas manifestaciones religiosas siempre me atraen desde que estudié unos temas sobre “La religión en la antropología”.

Lo que faltaba, digo para mis adentros, se nos va a fastidiar la tertulia y el disfrute de los manjares que nos han traído; ahora una charla religiosa, como si no tuviéramos bastante con las que sufrimos dentro de la iglesia. Preveo un sermón sobre la necesidad de la abstinencia, el ayuno y la limosna en los tiempos de cuaresma, para ayudar a redimirnos por tantos pecados cometidos, “de pensamiento, palabra obra u omisión”. Estoy empezando a ponerme enfermo. Si veo la situación mal parada, achaco que me encuentro indispuesto y me marcho. Por si no era suficiente oigo decir a Ciri:

—Aclárele por favor a mi amigo lo que me ha comentado en el atrio, estoy seguro de que le va a encantar.

—No tengo problema, aunque eso es de dominio público en ámbitos religiosos y laicos y su amigo lo conocerá sobradamente.

—La escucho con atención y curiosidad, —digo lo que me dicta la educación no el interés.

—Todo acto público de carácter religioso tiene en su núcleo unas variantes manifiestas, de las cuales las más importantes son las que llamamos: -Religiosidad es la actitud de las personas que realizan tal acto porque les gusta lo pío o beato simplemente, imágenes, vestimentas, ritos, altares; aparentemente se trata de algo religioso, pero está vacío de contenido, se hacen por simple costumbre y con gran sentimiento tradicionalista. -Idolatría, aunque suene dura esa es otra actitud, es propia de la gente que no ve más allá de la imagen, del rito o del rezo; piensa que esa imagen (hecha por artistas humanos) posee poderes de dioses o seres sobrenaturales. -Por último, está la actitud de fe auténtica, la de aquella gente que tiene sus convencimientos religiosos apoyados en un credo o conjunto de verdades, que acepta y practica compartidos en una comunidad o iglesia, de modo que el hecho que nos ocupa del “besapies” le ayuda de algún modo a vivir los tiempos litúrgico fuertes, sin quedarse en el simple rito, sino transcendiendo más allá de la apariencia y llegando a lo que en verdad se llama fe. No se queda en las apariencias, descubre que esa imagen es solo eso, una estatua representante de algo superior, de modo semejante a la foto de su hijo que le trae tantos recuerdos y le inspira un cariño tierno.

—Perfecta explicación, sor Teresa. Me ha quedado, como se dice, meridianamente claro, —añade mi compañero ante mi estupefacción, solo le falta aplaudir. Sinceramente pienso que lo que ha dicho esta religiosa es más que evidente, para mí todo esto no un totum revolutum de religión, fe, cultura, superstición y algún aditivo más, que me reservo y del mismo modo acallo mi opinión.

Hemos terminado los cafés y solo quedan los papeles rizados y las tazas vacías como testigos de la pseudo tertulia. Sor Teresa, con mucha educación excusa su prisa, porque la esperan para una charla. La despedimos en la puerta después de haber pagado las consumiciones y haber invitado a nuestra nueva amiga.


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