Opinión

Ciri y sus amigos

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 6 de Abril del 2024
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Cuando esta tarde he llegado a la cafetería, para la charla acostumbrada con mi amigo Ciri, está casi desierta, fuera hace buen tiempo y la gente prefiere la terraza y el aire templado. Pienso que mi amigo deseará la tranquilidad del interior y me sitúo en la mesa de costumbre. No hace falta que avise al camarero, ya sabe cuándo y qué tiene que servirnos, es la ventaja de mantener gustos.

Desde la ventana veo acercarse al compañero que se detiene a unos pasos de la puerta y mira al cielo. No ceja en mover la cabeza de un lado para otro, es como si estuviera asistiendo a una exhibición de pólvora en días de fiesta y no quisiera perderse ningún cohete, ninguna explosión. Por fin recobra su actitud de siempre, y entra en el establecimiento, se acerca a la mesa de costumbre, en la que estoy situado y con una sonrisa simpática me dice:

—Buenas tardes, compañero. Ya han llegado mis amigos.

—Buenas tardes, Ciri, —en este instante no sé a qué amigos se refiere, tiene muchos, incluso algunos de fuera del pueblo, decido preguntarle— ¿De qué amigos hablas? ¿Son forasteros? ¿Los conozco?

—Pues qué te respondo…, no sé si de aquí o de fuera, creo que ya estuvieron el año pasado, si no, no hubieran vuelto. O vienen invitados por otros más viejos.

Debo estar poniendo una cara de imbécil increíble. Soy consciente de la cordura mental del compañero, sin embargo, esta respuesta no encaja con ninguna lógica ni formal ni conceptual. No es que dude del equilibrio de ingesta alcohólica de mi colega, pero no entiendo “na”… Observo que está mirándome el camarero con la bandeja en la mano conteniendo los cafés y magdalenas acostumbrados. Se ha quedado quieto mirándome reso, debo estar dando el espectáculo porque con suma educación me pregunta:

—Caballero, ¿está usted bien?

—Sí, sí, no se preocupe, gracias. Es que me había distraído unos segundos con mis pensamientos. —Me dirijo a Ciri con modales serios arrastrando las palabras para denotar mi mal estar y le digo— Vamos a ver, compañero ¿quiénes son esos amigos tuyos que han venido?

—Anda…, ¿es que no los has visto? Pensaba que ya te habías enterado de su visita.

Conozco al compañero y necesito dominar los nervios que me están estallando por dentro, con todo se me escapa la expresión:

—¡Joder, Ciri! ¡No sé de qué personajes me hablas! ¡Quieres hacer el favor de aclararte un poco más!

—Te estás volviendo viejo, amigo, ya no estás en lo que estás —me responde con la mirada baja y a punto de estallar en carcajada. No aprendo, me la da  “a la sombra del dedo”, claramente se está aprovechando de algún despiste mío y lo está pasando en grande. Me mira reflejando satisfacción por el rato que está haciéndome pasar y me contesta:

—Estoy hablando de mis amigos los vencejos…, por eso no sabía decirte con seguridad si eran los del año pasado, aunque creo que sí, tampoco estoy cierto de si vienen con otros forasteros a quienes han invitado.

—¿Será posible, Ciri? El enredo que has montado para esto.

—No te he mentido en ningún momento, ni te he dicho nada que no fuera cierto. Es que con tu afán de enterarte de todo rápidamente, algunos te llamarían “bacinísmo”, no has comprendido lo que yo te decía.

—¿Podrías aclárame por qué los llamas tus amigos? ¿No te irás de cubatas con ellos los fines de semana? O ¿los vas a incorporar al grupo de amigos ciclistas domingueros? —Confieso que estas preguntas me han salido con “mala leche”, pero tenía que devolverle la broma. En vez de enfadarse se ríe de buena gana y casi se le atraganta el bocado de magdalena. ¡Qué buena persona es mi amigo!

Se limpia bien la boca, ya que se le ha pasado el ataque de risa y de vueltas a la normalidad me dice:

—Desde que íbamos a la escuela, ha llovido ya mucho, observé que cuando estaba cerca el buen tiempo venían los vencejos. En mi mente de niño asocié: buen tiempo, vacaciones, no más escuela. ¡Viva!

—Eso es cierto, sí.

—Además si observas su vuelo tan rápido, aparentemente sin dirección, cambiando continuamente de sentido, se parecen a la vida de muchas personas, que viven como sin saber lo que es importante y cambian sistemáticamente de dirección en el pensar, en el actuar, en el ser. Además, en el griterío que de vez en cuando producen se parecen a los recreos de los colegios donde todos chillan y vocean para explotar de las horas en el aula.

—Vaya, que sí.

—He leído en internet que puede comer unos trece mil mosquitos al día, según los biólogos. ¿Te imaginas la cantidad de problemas y enfermedades que nos evitan a los humanos? Te comento algunas curiosidades interesantes de mis amigos los vencejos, pueden dormir en pleno vuelo, gastan muy poca energía para moverse en el aire planean aprovechando las corrientes de aire y su físico en forma de media luna, cuando necesitan más impulso con batir varias veces las alas tiene para mucha distancia. Son muy interesantes y divertidos si te gusta observar la naturaleza.

—Sin embargo —añade Ciri— creo que deberían estar enfadados con Dios.

—No fastidies ¿Y eso por qué?

—Porque cuando Dios hizo el mundo, los animales, las plantas…, a mis amigos los vencejos les dejó demasiado corto “el tren de aterrizaje” (entiéndaseme, las patas) por lo que no pueden posarse en el suelo, son incapaces de remontar el vuelo. Aunque esto tiene una solución y ellos la agradecen. Cuando alguien ve, raramente, por cierto, alguno de ellos en el suelo, enseguida lo coge y lo lanza al aire, con lo cual, el caído,  se reúne gritando con sus compañero en un festín de mosquitos y vida.

—¡Ciri!, —digo a mi amigo—, hoy pago yo, me has dado una lección extraordinaria y sencilla de convivencia con los compañeros animales. Te lo mereces.

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