Hijas de las que florecieron allá por primavera, rosas rezagadas que en julio ofrecen los rosales, ajenas a su tiempo, pálidas, calladas, valientes, apenas sin olor, temerosas que el zarpazo de algún rayo abrasador, arrebate la frescura que sus vistosas madres sí lucieron.
Son las rosas que por Santiago se abren y florecen, fugaces como el soplo de un efímero fulgor, que el sol envidioso pareciera querer ajusticiar, celoso que unas luces más pequeñas y cercanas, oculten su insoportable calor y majestad.
No caigáis en el error de florecer en este tiempo, aguantar a que el astro rey remita en su fiereza, no luchéis contra aquel que vanidoso, ya os ha vencido; que es mejor ser rosa hermosa en un otoño ya sereno, que pequeña y desvaída flor ahogada en el estío.