Los recuerdos son a modo de manifestaciones actualizadas en
el presente de un pasado más o menos lejano, compuesto de momentos que hicieron
época en nuestras vidas y que permanecen ahí prontos a su reclamo en la
memoria. Recordar sin añoranza y con benevolencia es siempre importante porque
supone confirmar lo que hemos sido, como y porqué somos quienes somos.
Once años en la vida de cualquiera son muchos años y cuando
comprenden edades entre los seis a los diecisiete estamos hablando de los años
invertidos por un niño para hacerse hombre.
Tuve la suerte de pasar estos años en nuestro Colegio de los
Marianistas; recuerdo y sigo reteniendo la imagen nítida que tuve al llegar
para asistir a clase, una mañana de setiembre de mil novecientos cincuenta y
cinco: la portería del enorme campo de futbol, donde los mayores con D. Cecilio
al frente tuteaban al potente equipo del Manchego. Con “La primera” de D.
Celestino, su “varita mágica” y su exquisito comportamiento acompañándonos a
San Pedro en perfecta formación comenzamos muchos a aprender a utilizar la
inteligencia y los conocimientos plasmados en las notas semanales sobre
cincuenta puntos y las columnas de las notas por colores; un año después un D.
Simón pletórico nos enseñaba el emocionante paso de la caligrafía con lápiz a
plumilla en esos tinteros incrustados en los pupitres, D. Félix, y sus castigos
con flexiones, vueltas al campo y sus dedos amarillos teñidos por el humo de
los “Bisontes”. El Bachillerato con un D. Pio bondadoso, D. Donato y sus
cabreos, D. Valentín y su habilidad para explicar matemáticas, D. Claudio, un
“francés” de arranques napoleónicos, D. Antonio “el Colorao”, D. Gregorio,
“Puskas” con su simpática retranca, D. José Barrena, un privilegio, D. Ramón
Ramos “el RaRa” y la teoría de conjuntos que siempre me parecieron un petardo
matemático y lo dice alguien al que siempre le gustaron y mucho "las
mates" y tantos otros a los que recuerdo con afecto.
Cuando escribo estas líneas, tras recoger a mis dos nietos,
he querido dedicar unas líneas a este centro educativo donde además de pasar la
década más importante de mi vida que constituyen los años de formación cultural
y humana, estudiaron mis dos hijos. Han pasado casi sesenta años y ya nada
puede ser lo que antes fue. La sociedad ha evolucionado en estos años más que
en los veinte siglos anteriores y los retos educativos se hacen más complejos y
difíciles, educar es hoy el arte más difícil.
Allí sigue mí, nuestro colegio igual de vivo, firme allí en
su Paseo, antaño inundado tantas veces por el dulce olor a caramelo de la
fábrica de Barrenengoa y sumergido hoy en la profunda reforma de sus edificios,
porque la educación es vida, movimiento y evolución en las formas, contenidos y
estilos. Y es que a lo único a lo único a lo que no puede ni debe renunciar
nunca cualquier centro educativo de enseñanza primaria y secundaria es a
“formar hombres y mujeres emprendedores en un hermoso mañana de esperanzas que
siempre nos está pidiendo paso. “Sed fábricas, no almacenes”,
“Locomotoras y no vagones” frases que marcaron y han de seguir marcando un
estilo y una responsabilidad ante la vida y ante los demás; El espíritu
Marianista.
Allí nos encontramos a diario algunos de quienes estudiamos
entre sus muros convertidos ya en abuelos, llevando o recogiendo a los hijos e
hijas de los nuestros, recordando de manera rápida y fugaz algunos momentos y
profesores que ya no s encuentran entre nosotros y a los que hago referencia
más arriba.
Los recuerdos de aquellos años del pasado siglo se solapan y
actualizan ahora como un "remake" de la película más real y
apasionante que todos hemos visto: una nueva versión de nuestras vidas.
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Miércoles, 13 de Noviembre del 2024
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Jueves, 14 de Noviembre del 2024
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