La noche se había adueñado del colorido de la primavera en el parque del alcalde Barriga, único existente en la ciudad de La Llana, que mantenía, bien que, como fijo discontinuo, el jardinero municipal Cástulo Estambre.
De nada sirvieron las dos farolas que en el centro del mismo se habían colocado a sugerencia de la verdadera alcaldesa, Rocío Temple, segunda mujer del primer edil, pues, desde el primer momento, constituyeron blanco o diana de los tirachinas de los mozalbetes llaneros, bien a iniciativa propia, bien a instancia de los mozos enamorados, amantes de la opacidad de sus desahogos. Y no disponía el Ayuntamiento de plantilla policial suficiente para destacar un plantón uniformado que evitara tan nimio vandalismo en comparación con otros de mayor coste y fundamento, ni contaba la hacienda municipal con presupuesto para satisfacer las horas extra nocturnas del hipotético gendarme.
En varias ocasiones se había solazado allí Eufrasio, mancebo de la botica de doña Rosa, que amén de garantizar la infecundidad e higiene de sus cópulas, dada la calidad y resistencia de sus medios de aislamiento, gozaba de afamada dotación masculina de primer orden, transmitida oralmente entre las féminas locales desde que llegó a la ciudad.
Pero tiempo llevaba Eufrasio, realmente desconcertado por la ausencia de insinuaciones en tal sentido, que no sabía si achacar al advenimiento de la cuaresma y ejercicios espirituales de las catecúmenas o a la aparición en La Llana de un nuevo don Juan venido de la capital, destinado al Ambulatorio que, por su novedad y garbo, según se rumoreaba, había despertado cierta curiosidad y deseo.
—Un mes llevo sin comerme una rosca y lo peor es que no huelo que en el horno se esté cociendo alguna. Días de algo -la verdad, hasta ahora, no podría quejarme- vísperas de nada. Nunca desde que regresé de la mili me había ocurrido nada igual y ni por las mientes se me podía haber pasado cosa semejante, al menos hasta que la fogosidad hiciera decaer lo que naturalmente decae con el tiempo. No sé si la competencia, el desinterés o la pacatería está cambiando el deseo, imponiendo la continencia, o las series televisivas y el fácil acceso al porno, están induciendo a la satisfacción solitaria. El caso es que, en la farmacia, salvo para casados, no se despacha una sola caja de profilácticos, como no sea a Celedón, que bien conocido es que los emplea para embutir manteca, ni se expende píldora alguna del día siguiente.
Tras echar el cierre a la farmacia, Eufrasio, acuciado por la intriga, optó por dirigirse, calle adelante, hacia el parque del alcalde Barriga por ver si en sus bancos o mullido césped descubría alguna pareja o su oscuridad le alumbraba alguna idea que pudiera justificar la causa de aquel descenso en el ranking local de su tradicional atractivo hacia el fornicio.
Provisto de la linterna que solía acompañarle en las guardias nocturnas de la farmacia, penetró en el pequeño recinto que, circundado por un seto de laurel cerezo, combinaba zonas de césped con rosaledas, jazmines y clavellinas en torno a la especie de plazuela oval con bancos de piedra arqueados en derredor de una fuente que raramente refrescaba el ambiente con su enhiesto surtidor y que esa noche gozaba de su descanso de fin de semana. Como de costumbre, ante la obsolescencia provocada de las bombillas y el coste de su reposición, que desbordaba con creces el de mantenimiento, las dos farolas alcaldesas contribuían a cumplir la más estricta función de soslayar la contaminación lumínica.
Nada que no fuera el agradable aroma de los insomnes jazmines excitados por la quietud y serenidad de un cielo oscuro en el que se dibujaba una luna menguante de afilada cuerna.
Nada turbaba el silencio sino algún asustado reptil que ante el ruido de los pasos del mancebo o la luz de su linterna corría, en respuesta a su instinto de conservación, ocultando su presencia entre los setos.
—Seguro que cualquiera que me descubriera en estos inquisitivos devaneos, bien descaminado, colegiría, dada mi fama, que por la otra parte del parque había salido o estaba saliendo mi partener o socia en el coital deleite, cuando nada hay más alejado de la realidad, dado mi periodo de privación y ayuno.
Nadie merodeando, desahogándose o simplemente reposando en su entorno y nada que pudiera iluminar la oscuridad de las dudas que aquejaban al barragán mancebo desnortado, con lo cual salió del parque del alcalde Barriga, apagado y mohíno.
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Viernes, 7 de Febrero del 2025
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