El joven Juan Gabriel será el magnífico anfitrión de una visita que empezará con un pequeño contratiempo: la  puerta de acceso a la cueva no se abre hasta que mi compañero, Francisco Navarro, en un alarde de habilidad y empeño, consigue abrirla convirtiendo en eficaz herramienta del asa de un cubo. El anfitrión, los dos periodistas, nuestro fiel tinajero, José María Díaz y la arquitecta , Ana Palacios empezamos a bajar a la cueva del bisabuelo Félix, el primer vinatero de la familia.

Tocará doblar el espinazo para acceder a una preciosa escalera recta de treinta peldaños en tierra y de techo abovedado en forma de medio punto. Más o menos en el medio está la  contramina que nos permite llegar al empotrado y contemplar la cueva desde arriba y admirar un balaustre en perfecto estado de conservación, rematado en su parte baja por una moldura.   Nuestras cabezas casi rozan el techo que se encuentra en la pura tosca, recto, aunque ligeramente abovedado en los extremos. La contramina también permite acceder a una fresquera.

La cueva, construida a principios del siglo XX, alberga  diecisiete tinajas que son de diferentes tamaños. Las mayores tienen una capacidad de seiscientas arrobas y otras oscilan entre 450 y 500. Tinajas de cemento que construyera el padre de José María allá por los años treinta. Algunas de ellas cuentan con una especie de grifo que al aflojar el tornillo salía el vino. “En las cuevas siempre venía bien contar con una o dos tinajas más estrechas para el relleno que se hacía cuando el vino ya fermentaba”, explica José María. Y vemos todavía otras dos tinajas aún más pequeñas: la del vinagre, que todavía contiene este elemento, y la del gasto. 

Algunas de las tapas de las tinajas son de goma, que hace recordar a José María los distintos materiales en las que se construyeron: primero de madera, de anea después y finalmente de goma. El experto tinajero descubre que la cueva albergó antes tinajas de barro. El propietario asegura que “cuando entra bien la luz por la dos lumbreras, se producen unos bonitos claro oscuros dentro de la cueva”.

El suelo del pasillo de las tinajas  presenta mayor altura en el centro, con la finalidad de que el líquido cayera en la canaleta que discurre por toda la cueva y que conduce al pocillo. “Esta era una cueva de pichulero mediano”, una manera antigua de explicar el poderío de los agricultores. Todavía anda por ahí una vieja gradilla, además de toneles y bombonas y restos de mangueras que nos introducen en esa viticultura, no tan lejana, que fue marcando la historia de superación de la ciudad.