Cuevas

Una cueva de 1850

Manuel Carrasco no enseña una de las cuevas más antiguas y mejor conservadas que existen en la ciudad

Carlos Moreno | Viernes, 27 de Abril del 2018
{{Imagen.Descripcion}} Cueva de Manuel Carrasco Cueva de Manuel Carrasco

Manuel Carrasco Valderrama se pasa horas y horas disfrutando de la preciosa cueva que hay en su casa de la calle Belén. Allí ha celebrado y compartido comidas,  veladas familiares, reuniones de trabajo, pero en la mayoría de ocasiones baja solo para cultivar sus afición a la viticultura.  Artesanalmente elabora brandy, vermut, vino añejo…con unos vetustos pero eficaces aparatos que ha sabido poner en marcha, gracias a esa vena de buen industrial que siempre le acompaña.

La cueva de la casa de Manuel Carrasco fue construida en torno a 1.850, de las primeras que se hicieron en la ciudad, cuando la economía vitícola iniciaba su imparable despegue en Tomelloso. Encalada y pintada en tonos blancos y añil contiene veinte tinajas de barro. Nada más bajar, nuestro experto José María Díaz se percata de un importante detalle; la cueva no tiene canaleta, y la razón es bien sencilla; el jaraíz se encuentra abajo. El suelo del pasillo central de la cueva permanece como en sus orígenes, el techo se ha conformado en la dura tosca y vemos la perfección del hueco de la lumbrera por donde se introducían las tinajas.

Observamos también los huecos de unos antiguos pozos y los veneros por donde corría el agua. Uno de los detalles que da fe de la antigüedad de esta cueva son las tapas de madera que cubren las tinajas. Si la cueva en sí resulta espectacular, por su buen estado de conservación y guardar el encanto y la solera de su origen, no lo es menos su contenido. Un auténtico museo del vino que alberga prensa, destrozadora y varias bombas, una de ellas la pone en funcionamiento el propietario. “Las denominaban bombas de pelotas porque las válvulas eran pelotas macizas. Funcionaban bastante bien”, -explica.  La prensa es de dos barrones, muy difíciles de encontrar, nos dice José María. Nos llama la atención un alambique fabricado por Ovidio Martínez para su gerente José María Sánchez Benito. Años después la familia se lo regalaría  a Manuel Carrasco. Sobre las tinajas resaltan unas garrafas verdes y hay auténticas joyas como una antigua báscula realizada en madera o toneles en los que Manuel Carrasco ha ido grabando los nombres de sus cuatro hijos.

En esta primavera en la que el sol da sus primeros fogonazos se agradece la fresca temperatura del ambiente. La agradable visita toca a su fin, pero Manuel Carrasco nos enseña unas majestuosas escribanías que ha realizado y que aparecen también en el reportaje fotográfico. Lo despedimos a él y Gloria, su mujer, agradeciéndoles su gran hospitalidad y que nos hayan enseñado con tantísimo gusto su maravillosa cueva.  


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